jueves, 1 de enero de 2015

Un chico llamado Gabriel.


Un día se cruzó por mi camino Gabriel. Él era un chico muy jovial, muy alegre, hacía cualquier tontería con tal de poderle sacar una sonrisa a alguien. El típico chico que ves y piensas que seguro que tiene muchos amigos, que en su casa son super enrollados y amables, pero la verdad, es que la vida de Gabriel se estaba desmoronando. Solo pude verle sujetando ese café descafeinado con las dos manos, acurrucado en el sillón temblando, como si fuera a escucharle alguien indebido y le pegara por hablar. Gabriel me contó cosas terribles casi sin aliento, cosas por las que nadie debería de haber pasado. Aquella casa a la que tenía que llamar hogar, aquel lugar en el que nunca se había sentido parte, aceptado, y muy pocas veces querido por parte del bueno de su padre, de tan grato corazón que nunca logró ver la maldad de su mujer, reflejando todos los defectos de ella en su hijo, ese hogar, que debía ser un refugio, un lugar en el que sentirse seguro, para él fue todo lo contrario. Pobre Gabriel, que conocía a esa mujer desde tan pequeño, y nunca sintió nada más que miedo, cuando se acercaba, cuando le gritaba, cuando le echaba de casa y le dejaba fuera mientras se preparaba para ir al trabajo, aunque lloviera, el niño se quedaba descalzo, llorando, a oscuras, mientras acariciaba a su perra mestiza Reina, esperando simplemente el momento de poder entrar en casa y en calor. Gabriel, intentó inhumanamente llevarse bien con ella, puso todo su empeño aún queriendo ser un adolescente problemático, se rebelaba cuando no podía más, y solo lo hacía en la oscuridad de su habitación, lloraba hasta dormirse, cuando no le calmaba llorar empezó a mutilarse, en lugares escondidos, escondidos como él, en la oscuridad de su habitación, solo, siempre solo. En su casa le enseñaron a querer a la inversa, él sabiendo lo que era vivir en el desprecio, aprendió a querer, en vez de vengarse, él nunca le deseó el mal a nadie excepto a él mismo. Él no quería que nadie llegara a sentir lo que él sintió y siente aún, a veces, escondido en su habitación. Cuando tiene un día malo, cuando siente que ya no cuenta no con el apoyo de su padre, ahí es cuando se siente realmente solo, y ni toda la gente que él animó le podía ayudar, porque sentía que a cada sollozo se le escapaba un cachito de esperanza, una razón para seguir luchando... 

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